NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


miércoles, abril 03, 2024

El triunfo de las luchas por la vida

 


Ya terminó la Semana santa. ¿Olvidaremos su mensaje principal? El triunfo de la lucha por la vida y la fraternidad. Esa fue la misión que Jesús de Nazaret llevó hasta el extremo en sólo 3 años de dedicación a tiempo completo. Todo el cosmos es expresión de vida amorosa que no deja de desplegarse porque la creación sigue en marcha: lo vemos ahora con las fotos de los satélites que recorren el espacio. Acabo de escuchar en redes sociales una señora de 92 años que dice: “Se ha dejado de luchar, por eso estamos en lo que estamos… Nada tenemos heredado para siempre… Se tiene lo que se defiende”. Algo parecido dice Bertold Brecht: “No debes tener lo que no estás dispuesto a defender”. ¿Nos sorprenden estas 2 personas? Jesús decía lo mismo: “Sólo los valientes entran en el Reino de Dios”, es decir, sólo los valientes tienen vida plena y llena de fraternidad y alegría porque luchan por ellas. El infierno es para los cobardes, los individualistas y los indiferentes. 

Estamos salvados cuando entramos en esta lucha por la vida y la fraternidad. Si no vivimos para eso, estamos perdidos y bien perdidos. Y eso vale para cristianos y ateos. Se pierden los que trabajan por tener más y más dinero; se pierden los corruptos; se pierden los sinvergüenzas que hacen leyes por su interés personal o gremial; se pierden los jueces que tuercen las leyes para condenar al inocente; se pierden los que mienten descaradamente con la complicidad de los medios de comunicación; se pierden los ladrones que hacen de la política un negocio, los que ponen el capital por encima de la gente, los que usan en título de socialistas y son mas capitalistas que Trump, la ONU, OEA, FAO...los que usas la fe para manipular a Dios… Eso es el infierno… que nos hacen padecer.
También se pierden los indiferentes a la maldad, los pasivos frente a las injusticias, los conformes con la desigualdad social, los que aplauden a los malvados, los que se suben a la camioneta de los corruptos, los quejosos que nunca mueven ni el dedito, los que se valen del desconocimiento de los demás, los envidiosos incapaces de luchar por su dignidad… Eso es el infierno.
Jesús de Nazaret vino por hace acontecer el Reino de Dios: eso fue su misión. Por su vida y su muerte hizo reinar a Dios en este mundo y Dios reina cuando hay vida, amor, justicia, armonía con la naturaleza, comunión el Misterio del universo. Desde el emperador Constantino, y hasta antes, se creyó que la religión con su clero, sus leyes, sus cultos, sus lugares santos, sus libros sagrados… eran la manera de hacer presente el Reino de Dios.  Hay que volver a los orígenes de las religiones y del cristianismo tal como lo vivieron Jesús y las primeras comunidades cristianas. “El Reino es lo único absoluto” dijo el papa Pablo VI en 1975, repitiendo la frase de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios; el resto vendrá por añadidura”.
Están desapareciendo los que luchan por la vida y por la fraternidad. También muchos luchan y lucharán para que sigan vivas las ruinas religiosas, cultivando sus cementerios como paraísos perdidos… y cuántos más los irán siguiendo en su ceguera, complicidad y egoísmo.
La Semana santa nos despierta a la realidad, pero preferimos la cobardía de los apóstoles, la traición de Pedro y la soberbia de Poncio Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’, sin querer escuchar la respuesta de Jesús: “He venido por la verdad”. La verdad de Jesús fue hacerse hombre pobre con los pobres, profeta itinerante, Mesías del Reino, dedicándose a construir el Reino con los pobres y desde ellos, hasta las últimas consecuencias. Esa fue la lucha de Jesús: por la vida y la fraternidad. Por eso lo asesinaron como vil delincuente que ‘alborotaba a las gentes’, desestabilizaba los poderes: el religioso de los judíos y el militar de los romanos. Hoy, ¿dónde nos ubicamos? ¿con quienes nos identificamos? ¿a quiénes defendemos consciente e inconscientemente? También hay que decir ¡cuántos siguen hoy el camino de Jesús y son perseguidos y asesinados como él! Y nosotros, los cristianos en particular, ¿con quienes nos  cuánto complicidad nuestra con ellos?
Despertemos, levantémonos, luchemos ¡Sólo los valientes conquistan el Reino de Dios!. Eso es ‘resurrección’, o sea, triunfo de las luchas por la vida y la fraternidad.

lunes, marzo 25, 2024

 Sentido del Triduo Pascual

PARA CELEBRAR MEJOR EL TRIDUO PASCUAL


La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días. El triduo surge como celebración de la fiesta grande de la Pascua, a partir de su vigilia, e incluye la totalidad del misterio pascual. Recordemos que la celebración anual de la Pascua es del siglo II.

El triduo estaba formado originariamente por el Viernes y el Sábado santos como días de ayuno, lectura de la pasión y vigilia, junto al Domingo de Resurrección. Posteriormente, entre los siglos III y VIII se añadió el Jueves, que en realidad era el último día de cuaresma y tiempo para preparar el triduo. Estos tres días santos son culminación celebrativa de todo el año litúrgico, retiro espiritual de los creyentes en comunidad y momento principal de decisiones cristianas. Entendido el triduo como un tiempo vital comunitario, debe ser preparado con antelación. Mejor dicho, la Cuaresma es en realidad un retiro de cuarenta días de preparación a la celebración de la Pascua. Recordemos que las celebraciones pascuales no sólo son venerables por su antigüedad (siglo II), sino también porque se centran en el núcleo básico del cristianismo. Son casi seguidas, tienen amplitud, están relacionadas entre sí y manifiestan el sentido de la vida cristiana en comunidad.

En la Pascua celebramos el memorial de la liberación salvadora (tránsito de Jesucristo de la muerte a la vida), mediante el cual recordamos el pasado, confesamos la presencia de Dios en el presente y anticipamos el futuro. En estricto rigor, la Pascua de Cristo es el paso «de este mundo al Padre» (Jn 13,1). Toda la vida de Cristo es una Pascua: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Jesús se encarna en el mundo sin perder su condición divina. El retorno al Padre, a través de la resurrección, constituye un abandono de la existencia en la carne para entrar en una nueva existencia en el Espíritu. Esto es, en definitiva, la liberación radical, que es pascual. Por consiguiente, la Pascua implica un proceso de transformación social y de cambio personal. Es proceso de liberación de toda servidumbre y opresión.

La Pascua, o Triduo Pascual, es algo más que un mero recuerdo psicológico de los últimos días de Jesús o un aniversario de su muerte; es la celebración cristiana -sacramental y comunitaria- de la esencia del cristianismo (persona, acciones y palabras de Cristo en su tránsito); la asamblea más importante de las reuniones cristianas; la conexión de nuestro tiempo con el suceso pascual liberador; el redescubrimiento (siempre dominical y especialmente anual) de la identidad cristiana, del ser y misión de la Iglesia en el mundo.

En definitiva, este «memorial» pascual es memoria subversiva, ya que Cristo subvierte los falsos valores que circulan en la sociedad -sobre todo, la que idolatra el poder, las armas y el dinero-, creando una alianza, un corazón y un pueblo nuevos. Es compromiso actual desde la raíz de la justicia del reino, causa por la que murió Cristo para la salvación de todos; esta justicia es radicalmente distinta de la que, desgraciadamente, tiene vigencia en el mundo. Es esperanza de vida plena, de amor total y de verdad completa, basados en el triunfo de Cristo sobre los «infiernos» de la naturaleza humana, sobre el pecado como muerte y sobre los ídolos de este mundo.

domingo, marzo 03, 2024

¿AMAS A DIOS?

 


 Si a quienes afirman creer en Dios se les preguntara si lo aman, seguramente responderían que sí.
 
Pero entonces cabría cuestionar: y ¿en qué consiste amar a Dios?, ¿en tenerle cariño?, ¿en sentir bonito cuando se piensa en Él?, ¿en regocijarse de saber que existe?
 
Desde luego algo debe haber de todo eso, pero no puede limitarse a un sentimiento. Si tomamos como referencia nuestro amor hacia los demás, podemos hacer una comparación y deducir que así como el amar a una persona no solamente consiste en sentir bonito al tenerla presente, sino en tratar de procurar su felicidad, cabría pensar que amar a Dios consiste también en procurar que esté verdaderamente feliz.
 
Y ¿qué hace feliz a Dios? Nuestra felicidad.
 
Sí, a diferencia de nosotros que con frecuencia buscamos egoístamente la felicidad sin preocuparnos por los demás o incluso los utilizamos para que nos hagan felices, la felicidad de Dios no está centrada en Sí mismo. Lo que a Él lo hace feliz es que nosotros seamos felices. Pero ojo, no hay que confundir este término. La felicidad a los ojos de Dios no consiste en que experimentemos ciertas alegrías o placeres efímeros que nos hacen, o creemos que nos hacen felices. No. La felicidad que Dios quiere para nosotros es la auténtica, una que no depende de las cosas de este mundo y que por lo tanto nadie nos puede arrebatar.
 
¿En qué consiste esa felicidad? En vivir conforme a la voluntad de Dios, porque sólo Él sabe lo que nos conviene, lo que nos hace bien.
 
Tenemos entonces que amar a Dios consiste en buscar hacerlo feliz; lo que lo hace feliz es nuestra felicidad; lo que nos da felicidad es vivir como Dios quiere que vivamos, y vivir como Dios quiere que vivamos es vivir cumpliendo Sus mandamientos.
 
Cabría preguntar, ¿cuáles son esos mandamientos que debemos cumplir? Sin descartar los diez mandamientos, que como dijo el Papa Benedicto XVI en su libro ‘Jesús de Nazaret’, siguen vigentes para todos los cristianos, podemos referirnos principalmente a uno solo que los resume todos. Dijo Jesús: “Éste es el mandamiento Mío: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12).
 
Así pues, regresando a la pregunta inicial y relacionándola con esto último, podemos concluir que amar a Dios no solamente consiste en sentir bonitos sentimientos hacia Él, sino que se tiene que notar, ¿en qué? en que cumplimos lo que nos pide, especialmente en lo que se refiere al amor. ¿De qué sirve llevar una cruz sobre el pecho, si ese pecho alberga rencores y odios contra alguien?, ¿colgar un Rosario del retrovisor del coche si el conductor nunca se acuerda de su Madre del cielo?, ¿acudir a Misa sólo por cumplir, sin ganas de recibir todos los dones que en ella Dios regala, y a la salida dedicarse a criticar?, ¿encomendarse a Dios, a la Virgen y a los santos, para salir a hacer el mal?
 
No se ama a Dios si no se ama a los demás. Dice San Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.” (1Jn 4,20).
 
Cabe aclarar que cuando Jesús dice que el que lo ama cumple Sus mandamientos, y a éste Él y Su Padre lo aman, no está implicando que no amen a quien no los cumple, recordemos que a través del profeta nos ha dicho: “Los amaré aunque no lo merezcan” (Os 14, 5), sino nos está revelando la razón por la que vale la pena cumplir los mandamientos, por la que vale la pena amar: porque Él y Su Padre harán en nosotros Su morada (ver Jn 14, 23).
 
Nuestro amor nos viene del Amor y nos atrae al Amor. Quien vive amando, vive albergando nada menos que a Dios en su corazón.

lunes, febrero 26, 2024

ESTA CUARESMA, SAL DE TU TIERRA

 


Hoy hemos celebrado la Eucaristía del Valle de Salazar y Almiradío de Navascués, "EN ESTA CUARESMA, SAL DE TU TIERRA" Cada dos meses se celebra en el Valle una sola eucaristía, se suspenden las demás, con el objetivo de reunirnos todos los pueblos en una de las parroquias, esta vez fue en la parroquia San Román en Ezcároz. Gracias a los que salen de sí mismo y vamos al encuentro de los otros, eso es ser la Comunidad de Jesús.

Lo normal es que busquemos la COMODIDAD. Sí: buscamos seguridad, protección. Nos instalamos en nuestro pueblo, en nuestra casa. Nos acomodamos a nuestras costumbres y tradiciones. Nos dedicamos a repetir y a conservar lo conseguido. La tentación es preferir ver la misa en la tv, desde la comodidad de nuestro sofá en vez de salir al encuentro de la comunidad. Pero una iglesia sin ideales es una iglesia muerta, y un cristiano sin utopías se pudre en su propia mezquindad. La mediocridad es siempre un pecado.

¡Sal de tu tierra, sal de ti mismo!... No te contentes con caminar por la playa con el agua hasta los tobillos: métete mar adentro. No te contentes con pasear por la falda de la montaña: atrévete a escalar la cumbre. ¡Felices los que tienen hambre y sed de perfección!

Cuando Dios se acerca al hombre, a la mujer, lo DES-INSTALA. "¡Sal de tu tierra, de tu pueblo y de tu casa!". Hay otros horizontes que descubrir. Otras tierras que recorrer. Otros ideales que conquistar. Si seguimos de verdad a Cristo, si queremos responder a su llamada, si somos coherentes con nuestra propia vocación, es preciso: "salir de nosotros mismos” dejar nuestros egoísmos, nuestros apegos, pecados.

Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación, misión